
El autobús avanzaba por el accidentado camino. Miré por la ventana al desértico lugar. El sol estaba en lo alto, pero dentro de aquel transporte reinaba el silencio.
Tomé la guía turística que nos habían dado al inicio del viaje.
Los templos y su antigua gloria.
Siempre que terminaba en situaciones así me preguntaba el por qué, si yo no era religiosa.
Aunque esta vez el retiro me había dado una enorme sorpresa. Desgraciadamente, no era amena.
Visitábamos el último templo. Unas ruinas al lado del mar. Las olas golpeaban la orilla y emergía un sonido agradable.
Por otro lado, el edificio no se veía tan viejo. Había sido una obra maestra. Su diseño similar a un laberinto parecía hecho con intención de confundir a las personas.
Las horas pasaron mientras recorríamos el lugar, hasta que el hambre nos detuvo a algunos compañeros de viaje y a mí. Divididos en un grupo decidimos regresar a la zona del centro, en donde había un mercado.
Mientras estábamos comiendo, algunos de mis compañeros se amontonaron en una tienda que vendía cosas sobre anime. Se me hizo bastante gracioso ver a los jóvenes religiosos actuar como frikis.
Al terminar de comer decidimos volver pronto con el padre1, líder de nuestro retiro. Teníamos que reunirnos con los demás. Sólo que la naturaleza hizo su llamado y tuvimos que bajar al sótano del mercado para pasar a un baño público.
Al esperar en esa zona, varios notamos que un pasillo del sótano parecía extremadamente largo. Estaba desolado.
—¿Quieren ir a ver? —Preguntó alguien del grupo.
Todos asintieron, así que me decidí a seguirlos.
Fue así como observamos puerta por puerta hasta llegar a la última, que parecía servir como bodega de carnicería. Hacía frío al punto de que no todos tuvieron el ánimo de asomarse por las ventanillas. Y, junto con dos compañeras nos empujaron para investigar lo que había dentro.
Me acerqué con desgana esperando encontrar algunas reses colgadas. Pero no fue así.
Al otro lado había unos objetos en forma de cápsulas. Dentro de ellas parecían contener personas acostadas. El revuelo en mi corazón surgió cuando noté que las conocía. Eran personas de la otra parroquia. Abrí mi boca con sorpresa sin emitir sonido, y noté que las compañeras al lado mío retrocedieron y alguien más se acercó ocupando sus lugares.
Apenas parpadeé sin dejar de mirar, quería entender lo que pasaba. Noté que parecían dormidas. Hasta que una de las chicas acostadas abrió los ojos. Miró en dirección a la puerta, y antes de que pudiera abrir la boca la cápsula se encendió con un brillo peculiar. Aprecié con mis ojos ardiendo cómo la mujer parecía estar siendo succionada por algo hasta momificarse, mientras mantenía una expresión llena de horror. Sus ojos abiertos viendo en mi dirección, no tenían necesidad de explicar nada más.
—¡Ugh!
Escuché a mi lado y vi al compañero retroceder. Luego intercambiamos miradas.
—De… debemos decirle al padre —tartamudeó.
Tomó mi muñeca y me jaló, para luego empujar a nuestras compañeras con prisa hacía la salida. Cuando me di cuenta ya habíamos llegado al templo. Jadeábamos, y más de uno apenas podía sostenerse.
Mi compañero explicó tropezando con sus palabras, mientras las chicas asentían incoherentes. Permanecí en silencio y dirigí mi mirada al padre.
Noté que el hombre arrugó el entrecejo, y murmuró: —Alguien ha cometido blasfemia.
Hizo una mueca de disgusto y presentí que él entendía lo que pasaba. No me atreví a preguntar, pero la duda quedó atorada en mi garganta.
—Vamos a ir a la basílica cercana —explicó—. Ahí me podré encontrar con el obispo.
Sin esperar demasiado y sin intención de apaciguar el miedo, nos guio de vuelta al autobús. Así fue cómo surgió el ambiente pesado dentro del transporte. Después de dos horas y algo, el silencio se asentó. Adiviné que algunos en realidad se habían dormido.
«Al menos descansan», pensé. «No como yo, que no dejo de pensar en lo que vi».
—Ya casi llegamos —Escuché la voz del padre.
Mientras vi cómo despertaba a varios de mis compañeros, guardé todo lo que necesitaba en mi mochila y la até a mi cintura.
El autobús se detuvo en una terminal mediana. Estacionó y noté que nuestro destino era uno de esos pueblos que podrían clasificarse como mágicos2.
—Voy a ir a la basílica —dijo el padre—. Necesito hablar con el obispo sobre lo que pasó.
Observé su rostro cansado, y el tono de voz que usó era menos amable. Parecía un intento miserable de mantener la calma.
—No hagan nada peligroso y manténganse cerca —. Advirtió mientras bajaba.
Bajé detrás de mis compañeros y al levantar la vista nos recibió una calle con pedrería. Era el típico diseño del centro de un pueblito. Casas de máximo dos pisos, arcos y locales de comida en donde todo mundo perseguía con una carta.
—Pásele güerita, pásele, tenemos huaraches, enchiladas, tlacoyos3, la comida del día, la comida de la casa…
Aquello me abrumó tanto a mí, como a mis compañeros. Y ante dicho ataque no tuvimos de otra que separarnos hasta reunirnos al final de la calle.
—Entonces… ¿qué deberíamos hacer? —Preguntó una compañera.
—Yo voy a ir a la capilla —dijo otra—. Creo que llegamos en plena fiesta patronal, por lo que seguro que andan haciendo algún show o quéséyo.
Un compañero tomó mi muñeca y me jaló hacía atrás.
—¡Oigan, oigan! —Dijo emocionado—. Escuché que hay una tumba misteriosa en el panteón de este pueblo.
—¿Tumba misteriosa?
Preguntó alguien mientras trataba de zafarme del agarre.
—¡Sí, sí! —Asintió emocionada una compañera—. Los tenderos nos acaban de decir que tiene una leyenda…
—Se supone —relató otra compañera con un tono misterioso—, que ahí enterraron a uno de los héroes del pueblo, un disque general. No sé bien, pero dicen que él defendió las tierras que les quisieron robar o algo así…
—¿Y cuál es el misterio? —Pregunté con tono quejumbroso y me hice a un lado.
—Que dicen que la tumba no se deja cerrar. Así que no tiene techo, tierra, ni nada.
—Se supone que es el general el que no los deja.
Algunas de las jóvenes expresaron escepticismo.
—Nosotras vamos a ir a la capilla —dijo una de ellas—. Escuché que van a estar unos chinelos4.
Me acerqué a ellas queriendo seguirlas. Pero para mi sorpresa la mano de mi compañero me jaló y me llevó con él.
—Entonces nosotros vamos a ver la tumba, los alcanzamos al rato.
—¡Espera… espera…! —Dije con torpeza. Pero aun así fui jalada hasta llegar a la entrada del panteón.
Estaba al final de la calle.
Frente a la reja noté que era un verdadero panteón de pueblo. En vez de las típicas pequeñas construcciones, todo estaba dividido en montículos de tierra, sólo con una cruz o varias en donde iría la cabeza.
—¡Vamos, vamos! Dicen que la tumba del general está al otro lado del panteón —explicó mi compañero, y avanzó con energía—. Que porque la tumba está abierta y dicen que luego salen sonidos raros de ahí, por eso la dejaron hasta el fondo.
Ante su ahora débil agarre, tropecé, y eso me hizo quedarme atrás. Ya dentro del panteón sólo los seguí a regañadientes. Frente a mí, se empujaban y reían mientras hacían chistes tontos. Apenas divisé el paisaje, después de todo sólo era una pendiente llana, con árboles pequeños esparcidos en varias direcciones, y los montículos de tierra áridos.
Llegué a la barda rojiza al final, donde había un pasillo de terracería y una reja de color negro que cerraba el lugar. El mensaje era obvio: no pasar.
Pero mis compañeros cual lombrices se estaban arrastrando debajo de la misma. Allí había un hoyo que parecía haber sido excavado tanto por perros, como por otros humanos.
«Montón de morbosos», pensé con disgusto.
—¡Vamos, vamos!
Me agaché para ver lo que había del otro lado. Mis compañeros se levantaban, se sacudían y avanzaban en un camino de cemento con árboles a los lados.
«No vayas».
Me pareció escuchar con la brisa que sopló cerca.
—¿No vas a pasar?
Me sobresalté al sentir una mano en mi hombro y al escuchar aquella pregunta. Volteé y vi a dos mujeres que nos habían seguido muy atrás. Luego me levanté y negué.
—¿Tienes miedo de ensuciarte? —Se burló una.
Decidí no responder mientras veía cómo se arrastraban. Un gemido llamó mi atención y volteé en esa dirección. Tres perros estaban oliendo y jugando cerca de la barda. Sus costillas se marcaban en su abdomen, y de lejos se notaba que no eran de raza. Pero, un movimiento de ellos me desconcertó.
Parecían ver en dirección a la reja. Uno de ellos miró en mi dirección e intercambiamos miradas. Ni siquiera alcancé a pensar en lo raro de la situación cuando volvió a ver a la reja en donde habían desaparecido por fin todas las compañeras. El perro volvió a oler el piso como si no importara, pero yo sentí un escalofrío recorrer de pies a cabeza.
«Mejor regreso». Pensé abrazando y frotando mis brazos.
Ante mi indecisión, noté que ya había atardecido lo suficiente. Faltaba poco para que oscureciera, así que avancé con prisa. Sabía que ya oscuro, se me dificultaría ver bien en tal entorno desolado.
—Tenía que ser miope… —me quejé.
Incluso al usar lentes, se me dificultaba ver en las noches.
Caminé constante mientras sentía vértigo. Me pareció que el pasillo por donde había llegado, se había alargado de la nada. Se me hizo extraño que al ser una sola dirección, no lograba llegar a la puerta de salida.
Tragué saliva mientras la pesadez envolvía mi cuerpo. Avanzaba mientras el cielo pasaba de azul a morado y luego a un color oscuro. Las siluetas de los árboles parecían extrañas. Acomodé mis lentes, mientras respiraba en silencio.
«El camino es recto, pronto voy a salir», repetí como mantra.
Me sentí mareada porque no dejaba de ver la salida a una enorme distancia. Apreté mi sudadera mientras daba un paso para impulsarme, y lanzarme a correr. Antes de siquiera darlo, una brisa llegó por mi espalda y me pareció escuchar:
«Ve lento»
Al tocar el piso me congelé. Mi cuerpo parecía obedecer dicha voz.
Luego avancé lento. Abracé mi cuerpo ante el frío nocturno. El aroma a tierra de panteón envolvió mis fosas nasales. Arrastraba mis pasos, uno detrás del otro, y sólo el silencio me acompañaba.
«No parecen volver los demás» pensé. «Ya deberían haber visto la tumba para regresar».
Tenía una conversación mental para distraerme, pero también estaba extrañada. Ante un montón de preguntas, por fin llegué a la puerta de salida. Solté un suspiro de alivio y relajé mi cuerpo.
Fue en ese momento de alegría que pisé algo. Estaba duro y tenía forma. Un olor rancio se hizo presente. Mis bellos se erizaron y salté superando el obstáculo mientras me tragaba un grito.
«¡¿Qué mierda…?!» me pregunté mientras volteaba pendiente arriba.
Me llené de sorpresa al notar que el paisaje había cambiado. Ya no había montículos de tierra, y un montón de sombras que asimilaban a cuerpos acostados, estaban esparcidas en lo que antes era un panteón.
Parpadeé rápidamente esperando que sólo fuera una ilusión de mi miopía. Hasta que sonidos de masticación llegaron a mis oídos. Con rigidez volteé pendiente abajo.
En esa dirección vi lo que adiviné eran los tres perros de hacía un rato. Pero se veían más grandes, mientras parecían comer el bulto acostado en el suelo.
Tomé aire con sorpresa y uno de ellos volteó a verme. Sus ojos brillaban amarillentos.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo y antes de darme cuenta corrí a la salida del panteón. A pesar de sentir una presencia a mis espaldas, avancé sin voltear hasta salir y cerrar la reja recargándome con mi respiración entrecortada.
Mi corazón parecía estallar y mis oídos apenas podían escuchar. Observé la oscuridad del camino que no era mucha pues, a unas cuantas cuadras se vislumbraba el mercado iluminado y alegre. Me hizo sentir que el susto dentro del panteón sólo era ilusión mía.
Tomé aire mientras palmeaba cerca de mi pecho y avancé en dirección a la capilla.
«No soy religiosa», pensé mientras apretaba mis ojos. «Pero… que ganas tengo de rezar».
Al acercarme a la capilla divisé a los chinelos bailando con alegría. Mucha gente se reunía a su alrededor y hacían bulla.
La música, los aplausos y el reir de las personas me tranquilizaron, y al mismo tiempo, me hicieron dudar de lo que había pasado. Después de todo mi cuerpo parecía no responder a la buena vibra del lugar. Parecía que algo me aplastaba y dentro de mis venas sentía el pinchar de mil agujas.
«Algo malo va a pasar», pensé mientras divisaba a una de mis compañeras. «Debo decirle al padre».
Un sinfín de acontecimientos caóticos habían tenido lugar ese día. La situación aterradora del sótano, la tumba sin tapar, las figuras y hasta los perros del panteón.
Me acerqué y me senté junto a mi compañera que aplaudía feliz ante la música y el baile.
—¿Ya volvieron?, ¿Dónde están los demás?, ¿Si fue tan impresionante como decían? —preguntó sin dejar de ver la presentación.
—Dijeron que venían más tarde —mentí.
«Pero... ¿podrán cruzar el panteón?» dudé.
Después de todo, no había forma de advertirles.
—¿Dónde está el padre? —pregunté.
—Se fue con el obispo de la diócesis y con el padre de este pueblo. Dijeron que tenían que hablar de algo importante.
Hice una mueca intentando tranquilizar el mal presentimiento que parecía crecer.
—Mira ahí —me susurró la chica. Señaló con la mirada a una pareja al otro lado—, escuché que ella le va a pedir matrimonio a su novio, qué loco ¿No?
Observé a la joven pareja. Se veían alegres ante la gran fanfarria. Luego recorrí con la mirada dentro de la capilla. Había flores, cirios, adornos de fiesta, imágenes de la crucifixión de Cristo. En una esquina, unas señoras mayores rezaban alrededor de la figura de un santo. En la otra esquina había una enorme imagen de la Virgen de Guadalupe.
Por un momento mi cabeza se calmó y el ruido pareció alejarse.
—Voy al baño —avisé a mi compañera.
Ella asintió sin darme otra mirada.
Salí por la parte trasera y noté el cielo estrellado. La luna llena iluminaba el pulcro cielo. Quería tomar un poco de aire, pues, dentro de la capilla me sofocaba. Al caminar por la orilla noté el templo principal de la basílica.
«¿Darán misa a estas horas?», me pregunté.
De ese lado había bastantes personas e iluminación.
«¿O igual estarán de fiesta?»
Saqué mi celular y abrí la cámara. Primero apunté a la luna, luego bajé para ver lo que pasaba en esa dirección, ya que se veía una fogata enorme. Apreté el zoom, y con una calidad apenas decente me acercó al paisaje del lugar.
Mi sonrisa se congeló.
Un montón de personas bailaban alrededor del fuego, no debería haber sido extraño, pero los ojos de esas personas estaban totalmente negros. Sus movimientos eran tan rígidos como títeres. Y todos sonreían de una manera exagerada y tensa.
«Mierda», pensé mientras mis bellos se erizaban.
Fingí regresar la cámara del celular a la luna. Y, como si no pasara nada lo guardé para entrar a la capilla. Tomé asiento de prisa y me acerqué al oido de mi compañera.
—Debemos buscar al padre pronto... creo que estamos en peligro.
Cuando ella volteó a verme extrañada, entraron de golpe dos ancianos sacerdotes junto con nuestro padre.
—¡Debemos irnos ya! —gritó en nuestra dirección.
Tanto mis compañeras, como el grupo de señoras voltearon a verlo con sorpresa.
—¿Dónde están los demás? —Preguntó.
—Se fueron al panteón… a ver una tumba —respondí.
Lo vi apretar sus puños, y adiviné que estaba realmente enojado.
—Idiotas... —regañó.
Nos instó a acercarnos. Éramos cinco mujeres. De pronto el grito de una señora nos llamó la atención.
—¡¿A qué se refiere padre?!
—Lo que usted escucha mujer, ¡Invocaron un demonio!
Ante el grito del hombre, toda la gente de la capilla se conmocionó. El pánico arrasó y todo mundo buscó correr a la salida. En el camino se empujaban y tropezaban. Otros caían y sólo cubrían sus cabezas.
—Vámonos ya, a ver si los encontramos en el camino —dijo el padre empujándonos.
Seguí torpemente el ritmo de los demás. Luego al ver a lo lejos noté que venían los compañeros faltantes.
—¡Ahí están! —señalé en su dirección.
Mi grupo volteó a ver, pero notamos algo extraño. Ellos caminaban de manera rara y sus ojos estaban negros. Gritos a lo lejos nos sobresaltaron. Y antes de que nos diéramos cuenta, algunas de esas personas que parecían títeres se lanzaron a los que huían despavoridos.
De pronto, sentí que algo salpicó en mi rostro.
—Ugh...
Escuché el quejido de una compañera al lado mío.
Me limpié con los dedos y vi el cálido líquido rojizo. Al frente había una persona títere que masticaba al cuerpo inerte debajo de él. Solté una arcada mientras me jalaron del brazo.
—No podremos salir de aquí hasta el amanecer.
Dijo el padre mientras me jalaba y empujaba a las demás por otro pasillo. Algunas de mis compañeras se tapaban la boca bloqueando su llanto, pero sus ojos no paraban de soltar lágrimas.
—Temprano en la mañana debemos ir rápido al autobús... —Explicó el padre con el aliento entrecortado.
«Puede que mañana no tengamos conductor» pensé.
Sabía que no era la única en notar que no podríamos sobrevivir todas hasta el amanecer.
Ante el pequeño pasillo buscábamos rincones discretos para ocultarnos. Fue así como sólo quedamos tres personas al llegar a la bodega de limpieza.
Para sorpresa nuestra uno de esos títeres humanoides salió de una esquina con su asquerosa sonrisa. Fue así como sólo sentí que el padre me empujó dentro y cerró la puerta de golpe. Escuché el grito de mi compañera y me acurruqué mientras abrazaba mis piernas.
Escondí mi rostro mientras mi corazón palpitaba cada vez más rápido. Sollozaba al escuchar el quejido de dolor del padre. Y pronto, sonidos de masticación hicieron eco mientras un olor a hierro entraba por las grietas de la puerta.
«Esto es un sueño... esto debe ser un sueño» repetí en mi mente. Mientras lágrimas recorrían mis mejillas. «No pasaría algo como esto a menos que sea un sueño…»
Cuando levanté la vista, a través de la pequeña grieta de la madera vi aparecer ese rostro aterrador...
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En México comúnmente se le dice “Padre” al sacerdote de la iglesia católica.
Los pueblos mágicos en México, son lugares impulsados para el turismo. Se llegan a destacar por su historia, comida, reservas naturales, etcétera.
En resumen: comida típica de México.





Interesante relato. Si me permite alguna sugerencia, creo que podría mejorar con imágenes menos explícitas y jugando un poco más con los silencios. Me recordaste una miniserie que me encanta, llamada "Midnight mass". Si no la has visto, te la recomiendo. Creo que podría gustarte.